martes, 23 de enero de 2007



Grafía del Límite

i.m. Alberto Flores Galindo


Gran señora y gobernaba y hacía mercedes y fue casada
con Inga Roca. Y por esta señora fue respetado
grandemente su marido por los señores
grandes de este reino desde su jurisdicción[...]

Felipe Guaman Poma




Bájense prestas de este sueño de país
las sábanas de sangre tire su tinta
el muslo de selvas, su quejido de ovarios
esa lengua de crestas en los folios sagrado
no existe muerto más bello que el esperma
la cruz y la daga cogotean el fustán del sol
mi tierra uñando la estirpe de ojo tuerto.
Ámese el odre preñado y su alarido
la vergüenza del arcabuz aputado
yo soy la historia, usted la vida
calor de mantos sin geografías de coyas.
Que no falte honor, ni alfabetos, sí carne.



Textos textiles
[Cajamarca, 1532]



i.m. Ricardo Oré



Allí las brumas prendidas al astro
óyense así las nuevas lenguas y braman
Al fragor de las ciénagas de las sangres.
al rojo indio le corresponde las poleas
De la pólvora son los ayes del relámpago
el nudo ciego al arco iris y al río abajo
Un estupor que raja las manos de la gleba.
Ahora apuro el cañazo e hincho el buche.


En el susurrante sumando del do de oro
digo Cajamarca como el amargo reposo
De una gloria alucinada en sus llagas
el reino transpira a fiera perpleja
y atragantado vil se alza el credo ebrio
el de la serpiente rasga el tejido a dentelladas
la niebla escribe y hiere en la tela pétrea
el vino, la oliva y el trigo espolean la fe
se impone Bizancio y los fastos provenzales.


Un sarpullido dorado de centauros y alanos
fijan el alias de los héroes y sus botas
Y de los hoyos del cráneo el abismo del sol
registra en crónica de quejumbre y hierro
El hediendo desconcierto del rebaño indio
capitán de campañas, qué mortal merece vencido
Esta grey a recua y tinta de vizcachas
torvos para adentro y blasfemos en sus preñézes.







Matriz del fuego yermo

1. Ubre del renacimiento


Religiosa grandeza del monarca
Cuya diestra real al Nuevo Mundo
Abrevia, y el Oriente se le humilla.

Heroicos, Luis de Góngora




En ese entonces, en el principio digo, sólo el astro sin cruz
reencarnaba a los puros y probos sin alquimias ni hiel,
la piedra de los cielos negaba la muerte y sus profecías.
En ese tiempo, digo, las canciones se pintaban en las nubes.
haz solar enlosado de rótulas
Roca del instante, registro en el eterno vuelo estático
un cóndor petrificado en el tímpano
y un sol adjetivado por los flujos termales.
El hoy es la historia, de alzada atemporal
su melodía es torva con claves de acento en desconcierto
hablo de una memoria sin epigramas y atonal,
el corcel escribe sobre las desfiguraciones
la lengua reseca, la grafía cero.
La armadura desfallecida en los maizales, el oro
del celestial tramado desde el Potosí al proyecto Wari.
Belfos y navíos que sonoros esculpen la noche
la intriga vence a los metales
la armadura se tuerce con la indiada cómplice,
hombres del Pirú, amargos de morir hermanados
bella turba desbandada, reguero de miasma,
explota la vasija de chicha y la historia se derrama.





2. La yugular del oro


Yo he visto lo que digo y he hecho
con toda la experiencia.


Pedro Cieza de León

los ladridos rasgando el lienzo de un tiempo apacible
¡El estruendo!
Los navíos como islas inciertas bajo la niebla
¡Pizarro el porquerizo!

Inscripciones en un campo de retamas, Ricardo Oré





Se acaba. Entero en furias se fulmina
en el gesto trenzado su lengua arde a voces
sabe su fin, viejo nace urdido al viaje de la palabra
Atahualpa dícenle oclusivo, enfurece y testamenta.
Un circulo de sílabas lo ahorca en luces estertoras
ha vivido para encontrar el ardor, ahora se diluye
engulle su memoria, maldice, no otra y jura lo mismo
gotea letra a letra su reniego, fértil se crispa
un aura prensil lo incendia, se resplandece y amorata
la travesía le existe por esa eternidad de palabras y,
sus penachos y el libro, el tejido y su lápiz oral reposan a la sombra de sus nombres prietos.
Así escribe su rabia en la eterna sonrisa arcádica
de su tiempo imperecedero que ahora termina
fin del principio al final del origen y,
cómo decir, oh sueño, tu silencio en voces.
Cómo escribir insulso sin rastrear ese yo te juro.




3. El tormento del Credo

Un duro reposo y un sueño pesado
Como el hierro oprimen sus párpados
Y sus ojos se cierran en una eterna noche.

Libro XII, Eneida, Virgilio




Entre las raspaduras de la fe los antiguos peruanos
leían complejos la eternidad oyendo la lluvia.
esa grafía de los astros con garabatos en su sombra
que los gentiles abominaban con miradas de zorros.
Los otros, lamen la sal y se truecan en rencores
diente podrido a besos del alma que siempre pena
pellejos de placentas ahorcando el mito imberbe
empalada costumbre del credo empolvorado.
Qué reino fabuloso y cuánta miel combustible
contempla el puma que mi tensado telar que es éste,
cruz y trigo, ajenos a la anatomía del pecado
cielo contradictorio opuesto y corazón sin mujeres.
Vaya uno a saber qué del barro sin otro caso que contar sea
Si eso es justicia, señor, mejor el vértigo que es morirse.
Así ocurrió hace siglos y aquel divino tumultuoso
sabe tanto de amar como sus reversos desventurados.
Ahora hay que orar por la curvatura del mundo fidedigno
Y deberán tejer la convicción al lomo de la piedra

como nubarrones de la eternidad que arrastrarán el duelo.










Falca


Chita a la sal sobre mantel bordado



[Con dama almorzando en
el Costanera 700,
después, ella habla
de ideologías, Lima, 1,999]




Del cordaje matronal el pez luce acerado
su tesitura abrillanta el adobo y desafía
los dedos dispendiosos en la espátula de plata
y cariciosa trazas en soya el ideograma
un mohín, con rabia de vidrio de navajas giras el cuello
te queda ese rumor a grillo, un vaho a cisne remoto.
Liberal, explicas a Toffler, uñas larguísimas, un rubor.
Solitaria, despliegas mundo de un súbito medrar.
El presidente ingresa abrigado de comitiva. Él te sonríe.
Escribes una nota, alongada y displicente.
El vino blanco derrama indecente su brillo,
El presidente asiente mientras te observa y alza su copa,
la carne nívea de marinas se tensa
excelente sabor, firme tallado de la sapidez y el arroz.
Sólo el pueblo sabe más del pueblo, insistes.
El presidente ahora se retira a su justa siesta
Colas del camarón, garra del coral a su río quemado
usura del blindaje y su eructo sarnoso.
Abres los ojos y acurrucada al costado pides un beso.
Hija de puta, inolvidable.
Hoy los dos moran en los infiernos.



Capilla de San Bartolo al atardecer



Como exorcismo contra M.A.T.




1.


Aún tengo el sabor de las piedras en mi boca, hace frío
y en el balcón del hotel te acaricio horadando los océanos.
El Señor observa desde sus columnas ocres el mar sordo.
En lo alto del promontorio, la cruz arde envuelta de sonidos
que al ocaso se hacen ecos en el olvido del camal.
Oscurecida virgen mira el fondo de su templo a dos aguas
donde la fe del gozo vence a las palabras mordidas.
Y la inmensidad cicatrizada del pellejo de los cielos
ahoga la cáscara del océano y lo curva a su antojo.

El vapor aromático de las entrañas de los toros
sangre para mi cogote en buen vaso caporal.
Mi padre en su reata mi madre en la punta de su enagua
Era feliz y es cierto que apesto a tus vapores
Y ahora tu cuerpo del otro lado de la cama desmayado
más bello que el sopor de tu orgasmo vacuno
y me preguntas en la madrugada si el arenal
es tan azul como los ojos de los bueyes degollados.





2.


El anular toca el anzuelo de tu hocico y
qué otro cuerpo soldará a tu brida la palabra te amo
En la luz azul de la nada que dejó mi arpón
Que la usura y el destaje han olvidado
sobre todos los colchones tiesos de la agonía
cuajada sobre un epígrafe sin pétalos ni rocío
en el hierro de la noche sin tu timonel
y en el coro a tus relinchos tañendo de estruendoso tejido
cual grasa inerte podrida en el tiempo
que ni el mar olvida y jamás la memoria que te asfixia.






3.


Dermis de las naranjas y grupa generosa, sueño sin canto
y un sherzo sin coros como epitafio a barlovento.
Del estanque sin coágulos la sangraza hace sendas
Busca el sol y a borbotones gana la orilla e infecta.
Ahogada en el salitre y envuelta en la luz cenital
tu roes el seso glorioso del falo embriagado
y la sublime Aparición y el furioso susurro
cual beso falaz de un chelo enturbiado en piscos.

Virgen de los témpanos perdónanos a pesar del amor
desnudos viscerales engallaste mi maligno estilete.
Dos seres seminales y sus marinas feuilles mortes.
el latido galvanizado como ofrenda de los amantes

que se quisieron tanto que ahora están mejor muertos.




Polaroid

i.m. Cesáreo Martínez

Hoy he visto el diploma del agua en piedras canijas
Y estoy caviloso, tuerto y peligrosamente oscuro.
Arte de Navegar. Juan Ojeda


Retratada para ser olvidada por mi óxido
ausente en el quieto tiempo de su eternidad
recordarás el sepia insomne de tus ojos de noche
las iras que debajo de las sábanas solías enyeguar.
Regresaste sin voltear la mirada y sonreías
ese retrato que me observa desde su juventud
El mapa señalaba el afecto del
camino sin extrañar el norte calcinado,
viaja desflecado el temor en mis amores,
cruza el cielo el ave del silencio
no hay en la brújula un cabello
el deseo está sin rumbo y vive.
Qué país es éste sin crucifijo estelar
ese donde moran los enigmas de fe.
Para qué se ama sin rumbo estremecido
el cielo está enchufado al calentador
cierra los ojos y ámame sin pistilos.
La geografía suele cambiar los infiernos
el calor al intestino, el ojo a la hiel
con la ausencia de la mirada ahora sin cámara,
el mapa es efecto, nosotros sus límites.
Muriendo a contraluz sin su sonrisa que era su sol

tiznada de ocre aunque se aferre a mi corazón
como sus garras al tapiz de la eterna instantánea
y sólo te maldigo y obtengo tu retrato.