Matriz del fuego yermo
1. Ubre del renacimiento
Religiosa grandeza del monarca
Cuya diestra real al Nuevo Mundo
Abrevia, y el Oriente se le humilla.
Heroicos, Luis de Góngora
En ese entonces, en el principio digo, sólo el astro sin cruz
reencarnaba a los puros y probos sin alquimias ni hiel,
la piedra de los cielos negaba la muerte y sus profecías.
En ese tiempo, digo, las canciones se pintaban en las nubes.
haz solar enlosado de rótulas
Roca del instante, registro en el eterno vuelo estático
un cóndor petrificado en el tímpano
y un sol adjetivado por los flujos termales.
El hoy es la historia, de alzada atemporal
su melodía es torva con claves de acento en desconcierto
hablo de una memoria sin epigramas y atonal,
el corcel escribe sobre las desfiguraciones
la lengua reseca, la grafía cero.
La armadura desfallecida en los maizales, el oro
del celestial tramado desde el Potosí al proyecto Wari.
Belfos y navíos que sonoros esculpen la noche
la intriga vence a los metales
la armadura se tuerce con la indiada cómplice,
hombres del Pirú, amargos de morir hermanados
bella turba desbandada, reguero de miasma,
explota la vasija de chicha y la historia se derrama.
2. La yugular del oro
Yo he visto lo que digo y he hecho
con toda la experiencia.
Pedro Cieza de León
los ladridos rasgando el lienzo de un tiempo apacible
¡El estruendo!
Los navíos como islas inciertas bajo la niebla
¡Pizarro el porquerizo!
Inscripciones en un campo de retamas, Ricardo Oré
Se acaba. Entero en furias se fulmina
en el gesto trenzado su lengua arde a voces
sabe su fin, viejo nace urdido al viaje de la palabra
Atahualpa dícenle oclusivo, enfurece y testamenta.
Un circulo de sílabas lo ahorca en luces estertoras
ha vivido para encontrar el ardor, ahora se diluye
engulle su memoria, maldice, no otra y jura lo mismo
gotea letra a letra su reniego, fértil se crispa
un aura prensil lo incendia, se resplandece y amorata
la travesía le existe por esa eternidad de palabras y,
sus penachos y el libro, el tejido y su lápiz oral reposan a la sombra de sus nombres prietos.
Así escribe su rabia en la eterna sonrisa arcádica
de su tiempo imperecedero que ahora termina
fin del principio al final del origen y,
cómo decir, oh sueño, tu silencio en voces.
Cómo escribir insulso sin rastrear ese yo te juro.
3. El tormento del Credo
Un duro reposo y un sueño pesado
Como el hierro oprimen sus párpados
Y sus ojos se cierran en una eterna noche.
Libro XII, Eneida, Virgilio
Entre las raspaduras de la fe los antiguos peruanos
leían complejos la eternidad oyendo la lluvia.
esa grafía de los astros con garabatos en su sombra
que los gentiles abominaban con miradas de zorros.
Los otros, lamen la sal y se truecan en rencores
diente podrido a besos del alma que siempre pena
pellejos de placentas ahorcando el mito imberbe
empalada costumbre del credo empolvorado.
Qué reino fabuloso y cuánta miel combustible
contempla el puma que mi tensado telar que es éste,
cruz y trigo, ajenos a la anatomía del pecado
cielo contradictorio opuesto y corazón sin mujeres.
Vaya uno a saber qué del barro sin otro caso que contar sea
Si eso es justicia, señor, mejor el vértigo que es morirse.
Así ocurrió hace siglos y aquel divino tumultuoso
sabe tanto de amar como sus reversos desventurados.
Ahora hay que orar por la curvatura del mundo fidedigno
Y deberán tejer la convicción al lomo de la piedra
como nubarrones de la eternidad que arrastrarán el duelo.